viernes, 13 de junio de 2008

EL OBJETO DE LA POESÍA.

Entrevista de Carlos Yusti.



REVISTA FAUNA

HEREDERO DE OFICIOS.

Diario EL TIEMPO.

jueves, 12 de junio de 2008

Eugenio Montejo:
Un encuentro, una despedida.


Franklin Fernández.
(Fotografías de Milagro Haack).

“Deseo descansar, hasta pronto”, fueron sus últimas palabras. Quizá sea esta una de las despedidas más hermosas, uno de los adioses más sentidos en nuestro país. Sí, se nos fue Eugenio Montejo. Una de las voces más poderosas, un enorme poeta, uno de los grandes bardos de la poesía.

Lo conocí en Caracas. En el auto de un amigo poeta; Alfredo Herrera Salas, a quien por azar o coincidencia Eugenio y yo pedimos la cola. “Un veneciano azar en nuestras vidas / aquí nos junta por una vez en tránsito. / Aquí, en el agua sorda de los príncipes, / nuestras góndolas de súbito se acercan, / hasta juntarnos un mínimo momento / como dos pájaros posados en un mástil / que nadie sabe si volverán a verse”.

No es de sospechar que durante el trayecto, se habló únicamente de poesía.


Su conversación cavilosa era una curiosa mezcla de sabiduría, honestidad y delicadeza. Se identificaba con un autor más que con otro. Nos confesó, por ejemplo, su admiración por Heráclito. No en vano citó uno de sus poemas: -“Todo lo que vemos cuando estamos dormidos es sueño, mas lo que vemos cuando estamos despiertos es muerte”.- Luego nos habló de Vallejo, Pessoa, Mallarmé y Rilke. Eugenio respiraba vida.

Alabó los poemas de Alfredo. Con voz baja le dijo: -En un plano íntimo, tus poemas parecen insinuar la vida en sola una palabra-.

Me preguntó si escribía y le dije que sí. Quería saber que poetas me gustaban más y por qué. Le precisé: -Antonio Porchia, Roberto Juarroz y Alejandra Pizarnik-. Como yo estaba sentado en el asiento trasero, Eugenio giró su cuerpo suavemente, colocó su codo izquierdo sobre el apoyo del espaldar del auto, y exclamó mirándome directamente a los ojos: -¡Ah, los argentinos!-. Más tarde me preguntó porque me gustaban y le respondí que por sus entonaciones, modulaciones y adjetivaciones inusuales. Y le cité un poema de Porchia:

“Muchas palabras, montañas de palabras. Y amar es una sola palabra. ¡Qué poco es amar!”.

Eugenio silenció de momento. Asintiendo un con la cabeza, dijo: -Porchia hizo suya la revelación del amor y la revelación del instante. Es un maestro insuperable-.


Nuevamente me preguntó si escribía. Con cierto temor le reiteré un: -Bueno, sí, casi-. Y echó a reír de inmediato. Después me preguntó: -¿Casi por qué?-. Y le confesé: -Escribo poco. No soy muy prolífico que digamos-. Luego agregué: -Lo que pasa es que a veces mi poesía va más allá de las palabras-. Él silenció con cautela. Como con una vigilancia infinita…

Alfredo Herrera Salas, precisó: -Eugenio, tienes que ver los poemas de Franklin para que comprendas ese “más allá”-. Me preguntó: -¿Puedes enviar algunos de tus poemas a mi correo electrónico?-. Y le dije que sí, que con gusto lo haría. Le pedí la dirección del correo y él escribió en un papelito: eugeniomontejo@cantv.net

Llegamos a una calle cercana al edifico donde vivía Eugenio. Se bajó del vehículo. Me bajé al unísono del cierre de su puerta para estrechar su mano. Me despedí de él. -¡Recuerda enviar los poemas a mi correo!-, profirió antes de partir. Nos despidió a ambos alzando la mano derecha, se agachó un poco para mirar a Alfredo por la ventana del auto, y le sonrió. Luego lo vi meter ambas manos en los bolsillos del saco gris que llevaba puesto. Nos dio la espalda y marchó hacia el edificio.


Con el tiempo le escribí un mensaje al correo electrónico que me había apuntado con exactitud. Y le envié algunos de mis poemas. Pensé que no me iba a escribir. Mucho menos que me recordaría. A los días recibí este mensaje cordial de Eugenio Montejo:

Querido amigo Franklin Fernández:

Gracias por el envío de los “Poemas-Objetos”. Aprecié en particular el aparecido bajo el título de ciudad. Veo en general que guardan afinidad y armonía. Me refiero al objeto por si solo. Lo importante, sin embargo, es la búsqueda de la imagen y su logro, es decir, el alcance de la verdad poética a través del símbolo gráfico. Algo novedoso y muy antiguo a la vez, pues las primeras escrituras de la humanidad, la cuneiforme como la de los jeroglifos egipcios, ¿no parecen encarnar la voz poética a través del signo? Un cordial abrazo.

E. Montejo.

Tras recibir la magnifica noticia de que había sido reconocido con el Premio Internacional de Poesía Octavio Paz, le envié otro mensaje para felicitarlo. Uno o dos días después, Eugenio me contestó:

Querido amigo Franklin Fernández:

Gracias por sus palabras de felicitación a propósito del Premio Octavio Paz. Una distinción inesperada que mucho me honra. Y que llega, por lo demás, en un momento en que, como sabe, no abundan las buenas noticias en nuestro país.

El texto de Antonio López Ortega, generoso y de preciosa lucidez, fue leído en el inicio de la pasada Semana de la Poesía de Caracas, en agosto pasado. Su publicación vino muy a propósito ahora para acompañar la noticia del premio.

Celebro que prosiga en el trabajo de sus “Poemas-Objetos”. He releído el texto que le escribí al momento de su primer envío y lo encuentro del todo sincero, a la vez que deseoso de estimularlo en su tentativa.

Gracias de nuevo por sus palabras. Un abrazo con todo mi afecto,

E. Montejo.


El periplo poético de Eugenio Montejo no ha terminado. Su muerte ronda los límites del sueño. Conspira con la vigilia, hace guiños de entrega absoluta con la eternidad. Él vive en nosotros para perdurarse, para mantenerse, para resistirse a irse.

¡Adiós, Eugenio! ¡Descansa en paz poeta! ¡Recibe un fuerte abrazo!

Tu amigo,
Franklin Fernández.


Barcelona, 7 de Junio de 2008.