martes, 17 de julio de 2007

SIMPLES



SIMPLES, Franklin Fernández. Editorial "El Perro y la Rana". 2006.


El aforismo es un género reflexivo que consiste en cargar las palabras de mayor sentido del que tienen en las oraciones corrientes. Obra por síntesis y se propone manipular la conciencia haciéndole ver al sujeto lector cosas en que éste no ha pensado. El atractivo del aforismo, su anzuelo por decirlo así, estriba en decir lo más que se pueda con el menor número de vocablos, hasta donde el concepto puede ser reducido a una especie de granada de fragmentación que se lleva debajo de la manga. Cuando el aforismo se sustenta en la filosofía aparece la sentencia, la paradoja, la reflexión abstracta, el precepto moral, las ideas o la teoría de conocimiento. Pero cuando nace aliado con imágenes entonces se vuelve objeto de la estética o la poética.

Franklin Fernández reúne en su libro SIMPLES, publicado por la editorial El Perro y la Rana, un apretado conjunto de textos, fragmentos discursivos o poéticas en los cuales la densidad del enunciado breve y condensado roza la metáfora y el razonamiento para inscribirse en un género aforístico muy poco practicado en la literatura venezolana y cuyas referencias más inmediatas habría que buscar en Antonio Porchia, E.M. Cioran y Roger Munier. Sin duda, la eficacia –en muchos casos demoledora de prejuicios- de estos textos proviene del carácter anómalo y desenfadado de este joven autor a quien le da igual transitar la poesía que aplicarse laboriosamente a construir objetos conceptuales, o a la formulación teórica en torno al tipo de poesía o de arte que él practica.


Juan Calzadilla.


BREVES, Franklin Fernández, Editorial "El pez Soluble". 2000.
FRAGMENTOS IMPRECISOS

“Iré escribiendo aquí mis pensamientos sin orden, en una confusión no quizá sin propósito: tal es el orden verdadero, que señalará mi objetivo en el desorden mismo”.

Pascal. Pensamientos.



Amanecer. Campos repletos de insectos, bosques, cuerpos iluminados por la vida… ¡Canto matinal! ¡Canto hambriento!



La brisa esboza retratos olvidados. Aún aquí...



Lectura del instante: un presentimiento sublime, legítimo, del instante.



Como un vigilante, acudí a las letras. Como un vigilante que vigila, como un vigilante en el amor, como un vigilante vigilado.



Los guantes son para la protección de mis dedos. Son mis dedos. Las herramientas son las herramientas en mis manos. Son mis manos.



El pájaro se concreta en el viento, reiterado y múltiple. Al alcance y fuera del alcance, de su elusividad y de mi más ardiente lejanía.



La lluvia, de vez en cuando se enfría en su diluvio; tanto así, que adquiere la sutileza de la nieve. La nieve, de vez en cuando se enfría en su diluvio; tanto así, que adquiere la sutileza de la luz.




Que el hombre se piense como otro. Y, como otro; se piense en el pensamiento de alguien más. El hombre sólo es otro en el pensamiento de alguien.




Aquí, en este mundo donde respiramos, en este y no otro; en este aquí, en este más lejos y más cerca, en este y no aquel…, hay más aire, hay más vida, hay más luz.




Los pequeños insectos, diminutos, nimios, casi inexistentes, sobreviven cuidadosamente como en otro espacio. Nos acompañamos mutuamente.




La luz nada aporta, no tiene sustento. Pasa de un lado a otro casi sin transición. Como no ardiendo más, como no ardiendo.




Cuando no estoy conmigo, estoy con otro. ¿Quién si no mi yo, mi otro único yo, cuando no estoy conmigo?




El hombre es una vigilia. Incluso durmiendo es una vigilia. Pero en la muerte no es más que un vigilante.




Es necesario vigilar. Aún en la muerte es necesario vigilar al hombre.




Pensar con la mayoría de los pensamientos posibles. Con la mayoría de los pensamientos pensativos...




Los pájaros son caminos suspendidos en los cielos.




La luz, para iluminar las cosas, las vigila. Su proximidad lo justifica todo, lo quema todo, comenzando por nuestros pensamientos.




La tarde se dedica a caer hacia un costado. El mundo es su último costado.





Su allí, su acá, su más cercano. Su más próximo posible. Su más cercano, penetrante sufrimiento.




En este cuerpo que es, ¿dónde está lo que falta? En este cuerpo que no es, ¿dónde está lo que no falta?



Olvidarlo todo. No recordar nada. Apenas más, apenas menos. Olvidarlo todo, definitivamente todo, en el olvido…



Oye a los árboles, debajo de las nubes. No los dejes callar. Dialoga con su silencio, con su propio silencio, debajo de las hojas. No los dejes callar.




Tengo ganas de escribir algo esta noche. Pero no puedo. Y sin embargo, se escribe algo como no escribiendo y se dice algo todavía.




La fruta, poco a poco pudriéndose en el árbol. El árbol, poco a poco pudriéndose en la grama. La grama, poco a poco pudriéndose en el frío, y así…



Nos chupa la fe.




Los libros perecen. Están condenados; por lo menos, a una lectura.




Acercarse o alejarse de la luz. Esa pulsación suprema, precisa, impenetrable.



Contemplen al árbol. Están en el dominio de su silencio, de lo que no tiene voz. Sólo nos muestra el callar.




Cuando estés triste, trata de verlo. No de llorarlo.




Bajo la lluvia, de vez en cuando el perro sacude su peso de agua, no de perro.




El nombre se va de la boca con la posibilidad de nombrar, con la posibilidad de que el hombre pueda llegar a darle un sentido.




Un pájaro vuela entre dos cosas. O entre dos formas de ser.




El fuego quema las cosas visibles. La luz arde en las cosas invisibles. El fuego y la luz se justifican mutuamente.




Un beso como una hoguera. Como una llama que aún no es...



Poema es vida. El poema se vive, se deja vivir. Su sentir es algo demasiado vivo.




El hombre sigue siendo tierra, polvo, sequedad de camino. Pero nadie lo ha visto, nadie sabe.



La vida. ¿Acaso tocará algo más que un cuerpo? ¿Palpará algo más, o distinto, todavía?




Estaba solo. Oré y me persigné. Sólo las cosas estaban de parte mía.




Un perro pasa incomunicable. Incomunicado y sombrío como un perro.




La luz deshace, absorbe el paisaje o el lugar. Sólo con el color de aquello que es o aquello que no es.




Las nubes pasan, son visibles. Pero el hombre sólo se detiene en lo invisible.




Donde casi todo sobra, casi todo vive. Donde casi todo falta, casi todo es.




La caída es la cima. La cumbre desde abajo.



Admiro la sutileza de la luz; su transparencia, su transferencia, lo que arde y quema de un espacio a otro.




Nos escuchamos mutuamente. Pero al momento de silenciar, cada quien se busca su propio rincón.




Nos dividimos en dos: en el verbo y en nadie.



Algo que desconozco. Pero, ¿es algo o es alguien? Tal vez es algo, sin ser algo. O es alguien, sin ser alguien. Algo o alguien me acompaña siempre. Pasa inadvertido.




Lo que imagino, siempre se lo reclamo al pensamiento como una costumbre: como un aprendizaje.





El absoluto total, no me consigue. Pero tampoco es consigo, no se consigue. Y sin embargo, eso que es total y que no es ni consigo, ni conmigo, se mantiene. Eso que es total, es, y se mantiene...




Me dormiré. Cuando despierte, me dormiré. Cuando despierte, me dormiré en el dormiré. Cuando despierte, me dormiré en el dormiré del dormiré. Me despertaré.



Árbol vigilante, vigilado. Como en una vigilia nula, casi de ciegos.




No soy nada, Dios. Nunca seré nada. Sólo soy un hombre racional con algo de sentimiento. Estoy condenado a tu perpetuo y doloroso abandono.



Pienso en el pensamiento. Pienso en el pensamiento sin pensar. Pienso como no pensando. Pienso sin pensamiento. El pensamiento siempre es el pensamiento sin pensar. ¿Cómo se piensa con el pensamiento sin pensar? ¿Cómo pensar que se piensa en eso, si el pensamiento no lo sabe? ¿Cómo pensar sin pensar que se piensa en eso? ¿Cómo pensar sin pensar?




Nuestros ojos se apegan a la vista, más allá, más acá. Y la mirada es la vista. Pero la vista se nos muestra de reojo.




La noche duerme. ¿Cómo saber si en verdad duerme con nosotros? ¿Cómo saber si en verdad duerme? ¿Cómo saber si en verdad? ¿Cómo saber?




El teléfono suena, nosotros lo escuchamos. El sórdido sonido del lamento.




Van Gogh. Torbellinos. Agitación del cielo y de las nubes. Estrellas alborotadas por el fuego ¡La noche arde!




El silencio de las cosas, las pronuncia. Porque en silencio, sin ruido, también son. El silencio también pronuncia mis palabras, pero apenas.




Las piedras se agrupan. Se acogen de manera indetectable, sigilosamente. Las descubro al caminar sobre ellas.




El cero, ¿a quién suma? ¿A quién resta? El cero se multiplica en el cero o se divide en el hombre.




El mar también tiene sus calles.




Un pensamiento es siempre interior. Allí es el pensamiento. Allí es el pensamiento como en cualquier lado. Es decir: sobre las cosas es el pensamiento, sin las cosas.




Pensar, más que en otra cosa, en el pensamiento. Pensar como sabiéndolo, no como pensándolo.




Palpo las cosas, por poco que sean. Es decir, las confirmo, las avivo con mis dedos, con mis uñas, por poco que sean…




Un instante es un instinto. Un instante y un instinto no son más que eso.




El guijarro me toca, me acaricia, me palpa. ¡Es un presagio! Palpar es la única eventualidad de la existencia.




Tengo un pensamiento. Debo pensarlo un poco, para saber qué es. Sí, debo pensarlo un poco, para saber qué es.



Si se dijera a un mimo que hace falta callar más, si se le dijera, que hace falta callar más, yo no escribiría. Si se le dijera...




Las hojas caen finalmente. Silenciosas, se agrupan en el bosque: frágiles, blandas, quebradizas. ¡Como un estallido!




Costado de mujer para nuestra vida, para nuestra vista, para nuestro amor. Su trozo de uña, su seno, su trozo de algo...




Soy un insecto. Ante Dios no soy más que un insecto: una mosca aterrada de su gigantismo.




Todo es borrado. Incluso antes de borrarlo: todo es borrado.




La poesía es canto. Un grito súbito, interior, no es un sonido. Es un rumor de pensamientos y emociones. Un ruido de imágenes, sin ruido. Es el verbo-verbo, el verbo-trunco silenciado, el verbo-grito. La poesía es murmullo, llanto, contemplación y entrega.




El hombre cierra los ojos y se duerme. La mujer sueña y vuelve a él. El sueño y el dormir son de otra parte.




Amanece. La lluvia es definitivamente la lluvia. La luz, definitivamente la luz. El aire es el aire...




El corazón de una luciérnaga es insignificante. Pero bombea combustible.




Un insecto es un milagro. Pero un milagro no es un insecto. Eso lo dice todo y no dice nada.




La mariposa agita sus alas en el aire. Cópula con el viento.



Cuando pienso en una flor, ¡qué sorprendente me parece todo! ¡Qué extraordinario me parece todo en su sequía!



Mi poco pensar ha comenzado a hundirse en desmemoria. Mi poco pensar no piensa, mi poco pensar no vive, mi poco pensar no es nada. Mi poco pensar dura poco tiempo.




Una pequeña gota de rocío es una pequeña gota de sangre. Una pequeña gota de sangre es una pequeña gota de rocío.




Ella es como vivir: yo sé que tú. Ella es como ser: yo sé que yo. Ella es como morir: yo sé que nadie.



Escribiendo, uno se explica. El hombre es su expresión. O su necesidad de silenciar.




Desde ayer estoy dando vueltas en mi cabeza. ¡Qué gran tontería!




La mirada previene, evade raramente. Se ofrece a la sorpresa del instante.



De vez en cuando es bueno labrar las piedras. Y dormir sobre ellas, con los ojos abiertos.




El hombre envejece en la vibración del ser. Su palabra también envejece en la vibración del ser.




Eso que es insignificante, es absolutamente insignificante. Y maravillosamente real.




La lentitud del mundo nos muestra su belleza: la calma inexorable.




Existe en el vacío del espacio, otro vacío. Y existe ese vacío, como en otro espacio.




Aquí, en el instante del aquí, hay otro aquí.




Cuando escribo, estoy en el otro. Silenciando un poco, me comunico con él.




¿Por qué escribo estas palabras? ¿A qué viene ese misterio? ¿Qué otra cosa escribir?




Lo que nos ignora nos da la espalda ¿Por qué nuestra propia espalda nos ignora?


Es antes de saber lo que sabemos, que pensamos.




¿Por qué tenemos que experimentar las vivencias que nos ofrecen las circunstancias del olvido?



Las cosas son del pensamiento. Simplemente son. Pero también las cosas son el pensamiento, sin las cosas.




Después de la lectura, las palabras también me leen. Me acogen como a un libro.




Todas las cosas se pronuncian. Hasta una campana se pronuncia, pero no escuchamos dónde.



El espesor de lo real es la distancia que existe entre dos cuerpos, que es real sólo entre dos cuerpos.




Una voz que se apaga en su desaliento, se escucha en algo. En el silencio de algo.



Los niños pueden despertar. Pero los hombres somos incapaces de ello.




Una sombra me ignora ¿Seré acaso su luz? ¿Por qué tanta luz para una sombra? Una sombra no es nada.




El perro. No todo el mundo puede ladrarle. ¡Desgraciadamente!




Los insectos se ocultan. Se esconden en esa rendija, de su propia substancia.



El hombre y su palabra, encuentran un lugar de reposo en el silencio. En algunos momentos es así. ¿Acaso no es eso la poesía?




Este instante recoge signos de transparencias. Legajos.




Un libro es un pájaro cuadrado.



La piedra que se introduce en el zapato es corpórea, se le desecha. Pero antes se la pisa para sentirla, para saber que existe.




Escribo para una vela. De su luz a mi luz no existen distancias.




Filósofos y poetas. Somos como siameses unidos por el corazón y el cerebro.




La caída de la orina es el equivalente a la caída de un reino.




Todo es real cuando nos encontramos entre lo peor y lo peor…




Ser es una evanescencia, una invisibilidad. Ser es comprensible cuando nos ignoramos.




Lo que nos mantiene alejado de los monos es el verbo. Sin embargo, el grito nos acerca. El grito es nuestro lenguaje originario.




Mi voz se agrega a todo y se apega a todo, como la voz de las cosas que no tienen voz, y las cosas me hablan.



Ando junto a quien dispone de una verdad, su verdad.



Árboles sin fruto extienden sus ramas. Como ofreciendo.



Al amanecer, el paso de la luz en temblorosa subida quema la noche.




El recuerdo del pan es un pan también.




Un penetrar de mí a las cosas. Sin tocar ninguno de los dos extremos.




No merezco ser pensado por ti. Tú pierdes terreno. Yo lo gano.




Poesía. Tu cuerpo y mi cuerpo se unen a veces en una privilegiada coincidencia.




El revés no es el inverso, es lo real.



La luz se posa sobre nosotros con cuidado extremo. Y así nos quema, con cuidado extremo.



El bien y el mal, en el hombre; como dos bienes, como dos males.



Una nube sin piel es una nube.



En el espacio de una lágrima hay un fuego extinto.




Ámame. No pienses en mí.



Unos mueren porque están vivos. Otros viven porque están muertos. A unos les gusta respirar bajo tierra. Otros no respiran en el aire.


El silencio te consume lentamente. ¿No lo oyes terminándose en ti?



La noche, cuando se enciende, no es cualquier luz.




Lo que se desprende con el viento no es del viento.




Las hojas balancean sus ramas con el mismo latido, con el mismo temblor que las sostiene.




Una piedra y una flor. ¿La flor pesa más que la piedra o la piedra pesa más que la flor? A veces, la flor pesa más que la piedra y la piedra florece.



Verano. Los árboles agitan sus ramas y envejecen. Entregan sus hojas al abismo, desnudándose.




Hasta el fuego se congela en una lágrima.



El recogimiento visible de las nubes no es real. No hacen más que cambiar. Cambian de lo visible a lo real.




La muerte está viva: está de más.




El ojo que evita a un muerto se cerrará algún día. Se enterará ahí mismo.




Una lombriz remueve, sacude la tierra, como socavando una tumba o preparando un cadáver.




Bebo un poco de la vida. Bebo un poco de la muerte. No tengo sed.




Todo dolor es inmóvil, es la inmovilidad. Pero la muerte es móvil, es la movilidad. ¡La muerte avanza! ¡La muerte es el movimiento!




La muerte es tan poco. ¿Qué falta a la muerte? Casi no tiene voz, casi no tiene luz, casi no tiene ruido, casi no tiene...




Matar es nuestro único sustento. Quizás el único sustento de la vida.



“Lo que somos es para algo que no somos.” Antonio Porchia. Cierto. Pero, cuando no se es ni un vivo, ni un muerto, ¿qué se supone que somos?




Quien no ha muerto aún, debe morir aún...




Esa agitación en el vacío, ese caos inútil; sombra interior, exterior, es nuestro último fantasma. El hombre es nuestro último fantasma.




Todo dolor eleva la perfección humana.




Para morirme lejos, me asesinan cerca.




Las flores expiran sin mí. Y yo las contemplo. Respiro por ellas.




Sepulto miles de hombres en mi memoria. Pero no están muertos.




Mi corazón me duele para lastimarte. Tu corazón te duele para morirme.



Sepulto una rosa. No la siembro.




Sentirlo todo. Esta es mi manera de autodestruirme.



Hay cosas que se pudren en su lecho de vida, en su lecho de muerte.




Hay en el hombre un mal, una maldad innata que no le pertenece. Se alimenta de él.




Apenas sé. De eso trata el conocimiento. Ese es su atractivo.



El mínimo resplandor es una espera.




A los objetos hay que leerlos. Cerrarlos como a un libro.




Por morder el polvo, nos golpea el viento.





El árbol aún no madura, no cae del fruto.



Aforismo: fuego, resplandor y espera.




La frase es un perfume. Un afrodisíaco que transmitimos en el poema. Un estimulante que emana del aforismo.


Más sobre el autor:
Franklin Fernández. 1998-2008. Derechos Reservados.